“Quítate
los zapatos, pues estas en tierra santa”
Mientras
ella tranquilamente hablaba, Kay se arrodillo en la alfombra junto
a la mesa del centro y se quitó las sandalias. Rápidamente,
seguí su ejemplo.
Entonces
el pequeño discípulo de cabellos blancos, empezó
a hablar con su mejor amigo. Sus palabras trajeron imágenes
indelebles de la incomparable gloria y perfección del Señor,
Su amor perdonador y Su absoluta Justicia. Atraídos por
esta palabra, alentaron mi corazón y lagrimas a mis ojos.
A
este Santo y Amante Rey, Kay levanto sus preocupaciones las cuales
habíamos compartido. Cuan natural es ver y confesar nuestros
pecados en la presencia de un amor tan perfecto. Cuan maravilloso
es saber que hemos “nacido de nuevo” para vivir y andar en Su
Reino por siempre. Sentí que entraba a otra dimensión
de vida – sin duda lo había hecho! Y no quería partir.
Una
hora antes, cuando toque el timbre en la puerta de Kay y espere,
la esperanza y el temor se mezclaban en mi mente. ¿Cómo
es que esta maravillosa mujer deseaba pasar tiempo conmigo? Para
tranquilizar mi corazón, silenciosamente ore las palabras
de un himno que había memorizado: “Hazme bendición,
hazme bendición; de mi vida, que Jesús brille” Deseaba
dar algo a cambio de la bondad de Kay hacia mí. Ella me
invito a un almuerzo, pero anhelaba saber como orar, crecer y
seguir a mi Señor y ministrar por Su Pueblo.
Vine
como nuevo Cristiano, trayendo una larga lista de preguntas. Con
tranquila sensibilidad, Kay respondió cada una de ellas,
siempre apuntándome a Jesús y a su Palabra. Maravillado,
escuche, tan atento a la vida Santa de Dios y sabiduría
en Kay. Sin prisa, leímos Su Palabra y orábamos
a El, confiando que El nos llenaría y nos guiaría
a rendir nuestras vidas a El. Entonces nos arrodillamos juntos
– sin zapatos.
Abandoné
su casa con el corazón lleno de gozo y con profunda hambre
de comprender lo que El quiso decir al expresar “Sed santos, como
yo soy Santo”. Pero mientras mi mente se concentraba en fallas
recientes, Su llamado parecía imposible. Sin duda, lo fue.
Mi esperanza descansaba en Su promesa: “Fiel es el que os llama,
el cual también lo hará.” 1 Tesalonicenses 5: 24
Desde
entonces, el entrenamiento gentil de Dios me ha guiado a través
de años de estudio y oración en Su Palabra. Mas,
mientras más aprendo de Su santidad, más distante
se muestra la meta. Después de todo, Su Santidad es perfección
absoluta. Es la suma y la contestación de todos Sus demás
atributos. Lo separa de todo lo que no es santo y perfecto: mientras,
paradójicamente, hace santo lo que sea que toca con su
sola presencia.
Es
la esencia de Su Ser, la excelencia de su Carácter. ¿Cómo
podría siquiera pensar en alcanzar tal perfección?
Mientras
más anhelaba caminar en sus pisadas, mas veía mi
rebelde corazo y lo obstinado que era. Mientras mas me esforzaba
en obedecer su llamado “ser santos es comportamiento” (1 Pedro
1: 15), peor lo realizaba. Mi corazón podía solo
ser eco del clamor del apóstol Pablo al decir: “Porque
lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino
lo que aborrezco, eso hago.” Romanos 7: 15
Mientras
observara a mi Salto Señor en Su Palabra, también
vería todas mis imperfecciones. Su pura luz exponía
todas mis tinieblas. No es de asombrarse que Isaías clamo
a la vista de la santidad del Señor “Ay de mí...
hombre inmundo de labios” (Isaías 6:5). El reconoció
que su propia impureza era totalmente incompatible con la penetrante
pureza de Dios ante el. Pero el santo toco sus labios impuros
y por un momento hizo santo lo que no lo era. Dios mismo le hizo
Su fiel profeta de acuerdo a Su Santo Propósito.
El
mismo Santo Dios está moldeando a los discípulos
de hoy para Su propósito. A través de su muerte,
Jesucristo nos ha limpiado de pecado y nos ha liberado de la esclavitud
que su poder tenia sobre nosotros. Al identificarnos con Su resurrección,
podemos caminar y vivir por Su santa vida en nosotros. ¡El
lo cumplió todo! “Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos
justicia de Dios en él” 1 Corintios 5:21. Como Pablo escribió,
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas
vive Cristo en mí...” Gálatas 2:20
Aun
fallo diariamente. Pero mi Señor nunca falla, y El es mi
santidad así como mi fuerza y mi protector. Porque he sido
unido a el a través de la cruz, comparto en su Santo carácter
e identidad. He sido hecho santo, aun cuando mi andar refleja
mi falta de fe.
Peor
anhelo caminar cada momento por fe. Mis fallas me han enseñado
que no puedo hacer nada por mi propia fuerza o voluntad. Solo
Cristo me puede guardar de caer y hacerme útil a su propósito.
Con frecuencia usa la perdida, soledad, dolor y persecución
para cumplir esa meta. Mi parte es continuar confiando en El,
confesando mis debilidades, y rodeando mi vida al Santo quien
me conforma diariamente a caminar en su llamado.
En
los días del Antiguo Testamento, El precioso Pueblo de
Dios consagraban sus vidas a Su servicio. Ahora, yo también,
escojo separarme a mí mismo de todo lo que es incompatible;
consigo carácter y me presento como una ofrenda “santa
y aceptable” para Su propósito.
No
hay requerimientos para arrodillarnos ante su presencia. Sus niños
viven por Fe, no por las reglas. Aun para mí, el simple
hecho de inclinarme ante El es una forma especial de recordar
la Santidad del Señor a quien amo. De alguna forma, calma
mi mente, apaga las distracciones y alza mi corazón al
lugar de paz, donde, solo con El, puedo deleitarme en Su presencia.
“Por
tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo
la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria
en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.”
2 Corintios 3: 18
Precioso Padre, recuérdame siempre beber de
la fuente de agua de vida de tu Santa vida. Sepárame
de todo lo que te disguste y deshonre. Habilítame a guardar
Tu Santo Nombre antes las huestes terrenales y observadores
celestiales. Déjame ser todo tuyo – cada momento. Gracias,
mi Señor y mi Rey.
Referencias: Levitico 11:44, 19:2, 20:26; 1 Cronicas 16:29; Job 42:3,
5-6; Habacuc 1:13, 2:20; Juan 6:69; 2 Corintios 6:14-18; Efesios
1:4, 4:23-24; 1 Tesalonicenses 3:13; Hebreos 12:1-2; 1 Pedro
1:15-16, 2:9; Apocalipsis 4:8, 11, 15:4.