Ved
a Jesús, nuestro Señor, la expresión sin
mancha del perfecto amor de Dios:
Hace
tiempo, desde Su reino celestial, Jesús vio la vida destrozada
del hombre, en desesperante necesidad y ceguera espiritual. El
anheló abrir nuestros ojos, libertarnos de la esclavitud
y permitirnos venir a El. Así que dejó Su trono
celestial y se introdujo en este mundo caído de dolor físico
y pobreza espiritual.
A
fin de salvarnos, Jesús tuvo que subyugar lo que la humanidad
siempre ha anhelado – poder, honor, comodidad y belleza. El escogió
nacer como un bebe desamparado, caminó nuestras humildes
sendas, compartir nuestras luchas, sentir nuestros peores dolores
y llegar a ser nuestro siervo. El sufrió la vergüenza
a fin de que podamos compartir Su triunfo.
El
necesitado, el enfermo, el abatido y el oprimido se allegaron
a El. Lleno de compasión, El sanó, alimentó,
enseñó y fortaleció – derramando Su vida
y Su fuerza hasta que Su propio cuerpo ansió por descanso
y paz.
Más
el fuerte y orgulloso le rechazaron, y muchos seres amados le
fallaron. Aquellos que esperaban un Rey Conquistador mostraron
poco interés en un simple carpintero nacido en un establo.
Aún Sus amigos cercanos malentendieron Sus palabras y cuestionaron
Su identidad. Multitudes que habían escuchado Sus enseñanzas
y recibido Sus dones ignoraron Su llamado y rechazaron seguirle.
Los fariseos le despreciaron y trazaron Su muerte. Juntos, traicionaron,
se burlaron, le negaron, le azotaron y le crucificaron.
Jesús
se sometió a su crueldad y dispuesto dió Su vida.
Sangrando y muriendo – torturado por aquellos a quienes El vino
a salvar – Elevó una simple oración para Sus verdugos,
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” Lucas
23: 34
Pero
Jesús sabía bien lo que Tenía que hacer.
Su misión era llevar nuestros pecados en la cruz, sufrir
nuestro juicio y redimirnos del poder del pecado y Satanás.
Habiendo soportado la agonía y cumplido Su trabajo. Nuestro
precioso Salvador exclamó, “Padre en tus manos encomiendo
mi Espíritu.” Entonces, mientras las tinieblas arropaban
la tierra, El murió. Para sus dolientes seguidores, la
muerte parecía reinar.
Pero
no por mucho. Habiendo conquistado a la muerte y a Satanás,
Jesús fue alzado a lugares celestiales más allá
de reinados, autoridad, poder y dominio. Todo en los cielos y
en la tierra sería sometido a El. Nada – “...ni la muerte,
ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades,
ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni
ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de
Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” Romanos
8:38-39
Su
maravilloso amor y Su vida victoriosa están ahora en ti
y en mi – y en todos aquellos que depositan su Fe en El.
Pero
Su vida de triunfo no es nuestra para satisfacer nuestra propia
voluntad y placer. La Biblia lo compara a Fuentes de Aguas Vivas,
el cual fluye en los corazones de aquellos que comparten Su propósito,
voluntad y trabajo – aquellos dispuestos a “seguir sus pisadas.”
1 Pedro 2: 21-23
Escucha
las palabras de Jesús, pues El nos muestra la forma de
rendirnos y capacitarnos para seguir Sus pisadas:
“Respondió
entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo:
No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve
hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también
lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le
muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que
estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis.”
Juan 5: 19-20
“No
puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así
juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino
la voluntad del que me envió, la del Padre.” Juan
5: 30
Aquellos
que sigan a Jesús son llamados a servir y sufrir tal como
El lo hizo – siempre de acuerdo a la voluntad del Padre. Cuando
caminamos con El, “puestos los ojos en Jesús”, Dios llena
nuestras vidas – Vasijas de barro apartadas para Su propósito
sagrado – para transmitir. Entonces la vida que El vierte en nosotros
pueda fluir como una fuente de agua a Sus perdidos y sedientos,
por el camino. Hebreos 12: 2
¡Jesús, mi Señor, cuan maravilloso
eres! No merezco tus compasivos dones y asombroso amor. Más
oro para que purifiques mi corazón, guíes mis
pies, y me llenes para rebosar de tu precioso Espíritu
Santo. Capacítame, por tu Gracia, a mirar “a Jesús”
hasta que tu hermosa vida transforme mi alma. Limpia y vacía
esta vasija de barro de todo lo que impida el libre fluir de
Tu agua de vida en mi corazón y a Tu pueblo. Te amo Jesús,
mi salvador y mí Rey.
Referencias
Isaias 53; Mateo 28:18;
Marcos 16:19; Lucas 1:31, 23:34;
Juan 6:64-65; 2 Corintios
3:18; Efesios 1:20-23; Filipenses 2:5-11,
Hebreos 2:14-18,
4:14-16, 5:6-11 y 12:1-3.